29 de julio de 2011

Cuentos para el verano

   Para nuestros queridos alumnos y para todos aquellos que integran nuestra considerada comunidad escolar. Les presentamos esta primera serie de cuentos de siempre, clásicos, modernos, anónimos…
         Cuentos para que lean en este caluroso mes de julio; el verano es un buen momento para sentarnos con nuestros hijos delante de cualquier libro y como no con nuestro humilde blog, para compartir estos hermosos cuentos  que nos llenan de satisfacción y nos aportan tantas enseñanzas.
         Iremos ampliando esta propuesta, aportando nuevas ideas y si les ha gustado traerles nuevos cuentos, que iremos recopilando con la ayuda de todos. Animamos a nuestros padres, madres, alumnos, alumnas y visitantes a que se comuniquen con nosotros y nos dejen sus propuestas e ideas. El blog es de todos.
         Por último, feliz verano para  nuestros alumnos y aparte de leer nuestros cuentos, no se olviden de hacer los cuadernillos que han sugerido los profes y  leer las bonitas lecturas que recomendamos para este verano, que también  las puedes consultar en el blog.
         Felices vacaciones.
Relación de cuentos de esta entrega:
·         Los tres cerditos y el lobo.
·         El soldadito de plomo.
·         Moky y Tanito.
·         La gallina colorada.
·         El burrito descontento.
·         El ciervo engreído.
·         La ratita presumida.
·         A correr.
·         Agua del pozo
·         Leyenda andina.




Los tres cerditos y el lobo
         En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar. El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él. El mayor trabajaba en su casa de ladrillo.
Riñó a sus hermanos, diciéndoles, mientras éstos se lo pasaban en grande: “Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas”.

         El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó. El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó.
         Los dos cerditos salieron pitando de allí. Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor. Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó. Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito. 
FIN







El soldadito de plomo
         Érase una vez... un niño que tenía muchísimos juguetes. Los guardaba todos en su habitación y, durante el día, pasaba horas y horas felices jugando con ellos. Uno de sus juegos preferidos era el de hacer la guerra con sus soldaditos de plomo. Los ponía enfrente unos de otros, y daba comienzo a la batalla. 
         Cuando se los regalaron, se dio cuenta de que a uno de ellos le faltaba una pierna a causa de un defecto de fundición. No obstante, mientras jugaba, colocaba siempre al soldado mutilado en primera línea, delante de todos, incitándole a ser el más valiente de todos. Pero el niño no sabía que sus juguetes durante la noche cobraban vida y hablaban entre ellos, y a veces, al colocar sus juguetes, metía por descuido el soldadito mutilado entre sus otros juguetes.
         Y así fue como un día el soldadito pudo conocer a una gentil bailarina, también de plomo. Entre los dos se estableció una bonita amistad y, poco a poco, casi sin darse cuenta, el soldadito se enamoró de ella. Las noches se sucedían deprisa, una tras otra, y el soldadito enamorado no encontraba nunca el momento oportuno para declararle su amor. Cuando el niño lo dejaba en medio de los otros soldados durante una batalla, anhelaba que la bailarina se diera cuenta de su valor y por la noche, cuando ella le decía si había pasado miedo, él le respondía con vehemencia que no. Pero las miradas insistentes y los suspiros del soldadito no pasaron inadvertidos por el diablejo que estaba encerrado en una caja de sorpresas.
         Finalmente, una noche, el diablo estalló. "¡Eh, tú!, ¡Deja de mirar a la bailarina!" El pobre soldadito se ruborizó, pero la bailarina, muy gentil, lo consoló: " No le hagas caso, es un envidioso. Yo estoy muy contenta de hablar contigo”. ¡Pobres estatuillas de plomo, tan tímidas, que no se atrevían a confesarse su mutuo amor! Pero un día fueron separados, cuando el niño colocó al soldadito en el alféizar de su ventana. Diciéndole:"¡Quédate aquí y vigila que no entre ningún enemigo”. Pasaban los días y el soldadito de plomo no era relevado de su puesto de guardia. Una tarde estalló de improviso una tormenta, y un fuerte viento sacudió la ventana, golpeando la figurita de plomo que se precipitó en el vacío. Al caer desde el alféizar con la cabeza hacia abajo, la bayoneta del fusil se clavó en el suelo.
El viento y la lluvia persistían. Cuando la lluvia cesó, dos muchachos se refugiaron de las últimas gotas que se escurrían de los tejado. Fue así como vieron al soldadito de plomo clavado en tierra, chorreando agua. "¡Qué lástima que tenga una sola pierna! Si no, me lo hubiera llevado a casa.", dijo uno . "Cojámoslo igualmente, para algo servirá", dijo el otro, y se lo metió en un bolsillo.
Al otro lado de la calle descendía un riachuelo, el cual transportaba una barquita de papel que llegó hasta allí no se sabe cómo. "¡Pongámoslo encima y parecerá marinero!" Dijo el pequeño que lo había recogido. Así fue como el soldadito de plomo se convirtió en un navegante. El agua del riachuelo era engullida por la alcantarilla que se tragó también a la barquita.
En el canal subterráneo el nivel de las aguas turbias era alto. Enormes ratas, cuyos dientes rechinaban, vieron como pasaba por delante de ellas el insólito marinero. encima. ¡Pero hacía falta más que unas míseras ratas para asustarlo, a él que había arrastrado tantos y tantos peligros en sus batallas!
La alcantarilla desembocaba en el río, y hasta él llegó la barquita que al final zozobró sin remedio empujada por remolinos turbulentos. Después del naufragio, el soldadito de plomo creyó que su fin estaba próximo al hundirse en las profundidades del agua. Miles de pensamientos cruzaron entonces por su mente, pero sobre todo, había uno que le angustiaba más que ningún otro: era el de no volver a ver jamás a su bailarina... De pronto, una boca inmensa se lo tragó para cambiar su destino. El soldadito se encontró en el oscuro estómago de un enorme pez, que se abalanzó vorazmente sobre él atraído por los brillantes colores de su uniforme.
Sin embargo, el pez no tuvo tiempo de indigestarse con tan pesada comida, ya que quedó prendido al poco rato en la red que un pescador había tendido en el río.
Resulta que la cocinera de la casa en la cual había estado el soldadito, se acercó al mercado para comprar pescado. "Este ejemplar parece apropiado para los invitados de esta noche.", dijo la mujer contemplando el pescado expuesto encima de un mostrador. El pez acabó en la cocina y, cuando la cocinera la abrió para limpiarlo, se encontró sorprendida con el soldadito en sus manos. "¡Pero si es uno de los soldaditos de...!", gritó, y fue en busca del niño para contarle dónde  y cómo había encontrado a su soldadito de plomo al que le faltaba una pierna.
"¡Pobrecito, cuantas aventuras habrá pasado desde que cayó de la ventana!"
Y lo colocó en la repisa de la chimenea donde su hermanita había colocado a la bailarina. Un milagro había reunido de nuevo a los dos enamorados.
Felices de estar otra vez juntos, durante la noche se contaban lo que había sucedido desde su separación. Pero el destino les reservaba otra malévola sorpresa: un vendaval levantó la cortina de la ventana y, golpeando a la bailarina, la hizo caer en el fuego  de la chimenea. El soldadito de plomo, asustado, vio como su compañera caía. Sabía que el fuego estaba encendido porque notaba su calor. Desesperado, se sentía impotente para salvarla. ¡Qué gran enemigo es el fuego que puede fundir a unas estatuillas de plomo como nosotros! Balanceándose con su única pierna, trató de mover el pedestal que lo sostenía. Tras ímprobos esfuerzos, por fin también cayó al fuego. Unidos esta vez por la desgracia, volvieron a estar cerca el uno del otro, tan cerca que el plomo de sus pequeñas peanas, lamido por las llamas, empezó a fundirse. El plomo de la peana de uno se mezcló con el del otro, y el metal adquirió sorprendentemente la forma de corazón. A punto estaban sus cuerpecitos de fundirse, cuando acertó a pasar por allí el niño. Al ver a las dos estatuillas entre las llamas, las empujó con el pie lejos del fuego. Desde entonces, el soldadito y la bailarina estuvieron siempre juntos, tal y como el destino los había unido: sobre una sola peana en forma de corazón.


Moky y Tanito

        
    Había una vez, un perro que era muy rico, que se hacía llamar Mister Perro. No le faltaba nada, pero nada de nada. Tenía una gran caseta especialmente diseñada por los mejores arquitectos de la zona. Siempre vestía con chalecos y corbatas, comía los mejores manjares, hasta tenía una nevera y una cocina donde guardaba los mejores huesos traídos, por sus dueños, de todo el mundo. Era muy soberbio, y le molestaba que los niños se le acercaran a su lujosa caseta. Siempre caminaba erguido por los alrededores con el hocico bien alto y sacando pecho, mirando de reojo a los demás perros. 
Enfrente vivía un perrito en una casetita muy humilde, y todas la mañana, con su gran regadera de latón, regaba una rosa  que crecía junto  a su puerta. 
Tanito, así se llamaba el perrito, era muy bueno con los niños y todos lo querían mucho en el barrio. Era alegre, juguetón y siempre estaba contento. Al perro millonario no le gustaba que todos los niños siempre estuvieran jugando con Tanito. Mister Perro , que de envidia padecía, decidió que quería una rosa igual a la de su vecino. 
Llamó a sus amigotes y les ofreció mucho dinero a quien lograra traerle una rosa . Los amigotes de Mister Perro estuvieron buscando por varios días, pero no encontraron nada.
Entonces Mister Perro mandó a fabricar una rosa  de plástico muy linda, pero los niños seguían sin acercarse a su lujosa caseta, y furioso Mister Perro se mordisqueó con rabia su rosa de plástico.

Así decidió ponerse un antifaz y por la noche, con una tijera cortó la rosa de Tanito y la plantó al lado de su caseta.
 Por la mañana, Tanito al no ver su rosa se puso triste, y cruzó en frente a preguntarle a Mister Perro si sabía algo de su su rosa. Grande fue su sorpresa al ver que Mister Perro estaba regando una rosa verde parecida a la de él. 
Pero a los pocos días la rosa se marchitó  y,sin embargo, otra rosa empezaba a  crecer junto a la caseta de Tanito. Nuevamente los niños jugaban alrededor de él y su caseta.  
Mister Perro miraba y no comprendía que fue lo que falló. Se puso a llorar y al verlo, Tanito se le acercó y le dijo: “La rosa volverá a crecer junto a tu caseta solo si eres un perro bueno, juguetón y alegre”.  
“Ahora entiendo”, dijo Mister Perro, “de ahora en adelante seré un perro bueno.  No me llamaré más Mister Perro, usaré mi verdadero nombre que es Moky, y seré bueno, siempre bueno...”. Y a los pocos días sé lo veía a Moky regando su linda y reluciente rosa. 

FIN

La gallina colorada
         Había una vez, una gallinita colorada que encontró un grano de trigo. “Quién sembrará este trigo?”, preguntó. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella sembró el granito de trigo.
         Muy pronto el trigo empezó a crecer asomando por encima de la tierra. Sobre él brilló el sol y cayó la lluvia, y el trigo siguió creciendo y creciendo hasta que estuvo muy alto y maduro.
“¿Quién cortará este trigo?”, preguntó la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella cortó el trigo.
“¿Quién trillará este trigo?”, dijo la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella trilló el trigo.
“¿Quién llevará este trigo al molino para que lo conviertan en harina?”, preguntó la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella llevó el trigo al molino y muy pronto volvió con una bolsa de harina.
“¿Quién amasará esta harina?”, preguntó la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”   Y ella amasó la harina y horneó un rico pan.
“¿Quién comerá este pan?”, preguntó la gallinita. “Yo!”, dijo el cerdo. “Yo!”, dijo el gato. “Yo!”, dijo el perro. “Yo!”, dijo el pavo. “Pues no”, dijo la gallinita colorada. “Lo comeré YO. Clo- clo!”. Y se comió el pan con sus pollitos.


 
         El burro descontento
         Érase que se era un día de invierno muy crudo. En el campo nevaba copiosamente, y dentro de una casa de labor, en su establo, había un Burrito que miraba a través del cristal de la ventana. Junto a él tenía el pesebre cubierto de paja seca. - ¡Paja seca! - se decía el Burrito, despreciándola. ¡Vaya una cosa que me pone mi amo!¡ Ay, cuándo se acabará el invierno y llegará la primavera, para poder comer hierba fresca y jugosa de la que crece por todas partes, en prado y junto al camino!
Así suspirando el Burrito de nuestro cuento, fue llegando la primavera, y con la ansiada estación creció hermosa hierba verde en gran abundancia. El Burrito se puso muy contento; pero, sin embargo, le duró muy poco tiempo esta alegría. El campesino segó la hierba y luego la cargó a lomos del Burrito y la llevó a casa. Y luego volvió y la cargó nuevamente. Y otra vez. Y otra. De manera que al Burrito ya no le agradaba la primavera, a pesar de lo alegre que era y de su hierba verde.
¡Ay, cuándo llegará el verano, para no tener que cargar tanta hierba del prado! Vino el verano; mas no  mejoró la suerte del animal. Porque su amo le sacaba al campo y le cargaba con mieses y con todos los productos cosechados en sus huertos. El Burrito descontento sudaba la gota gorda, porque tenía que trabajar bajo los ardores del Sol.
 - ¡Ay, qué ganas tengo de que llegue el otoño! Así dejaré de cargar haces de paja, y tampoco tendré que llevar sacos de trigo al molino para que allí hagan harina. Así se lamentaba el descontento, y ésta era la única esperanza que le quedaba, porque ni en primavera ni en verano había mejorado su situación.
Pasó el tiempo... Llegó el otoño. Pero, ¿qué ocurrió? El criado sacaba del establo al Burrito cada día y le ponía la albarda. - ¡Arre, arre! En la huerta nos están esperando muchos cestos de fruta para llevar a la bodega. El Burrito iba y venía de casa a la huerta y de la huerta a la casa, y en tanto que caminaba en silencio, reflexionaba que no había mejorado su condición con el cambio de estaciones.
El Burrito se veía cargado con manzanas con mil suministros para la casa. Aquella tarde le habían cargado con un gran acopio de leña, y el animal, caminando hacia la casa, iba razonando a su manera: - Si nada me gustó la primavera, menos aún me agrado el verano, y el otoño tampoco me parece cosa buena, ¡Oh, que ganas tengo de que llegue el invierno! Ya sé que entonces no tendré la jugosa hierba que con tanto afán deseaba. ¡Pero, al menos, podré descasar cuanto me apetezca. Bienvenido sea el invierno! Tendré en el pesebre solamente paja seca, pero la comeré con el mayor contento.
Y cuando por fin, llegó el invierno, el Burrito fue muy feliz. Vivía descansado en su cómodo establo, y, acordándose de las anteriores penalidades, comía con buena gana la paja que le ponían en el pesebre.
Ya no tenía las ambiciones que entristecieron su vida anterior. Ahora contemplaba desde su caliente establo el caer de los copos de nieve, y al Burrito descontento ,que ya no lo era, se le ocurrió este pensamiento, que todos nosotros debemos recordar siempre, y así iremos caminando satisfechos por los senderos de la vida: Contentarnos con nuestra suerte es el secreto de la felicidad.

El ciervo engreído
    Érase una vez... un ciervo muy engreído. Cuando se detuvo para beber en un arroyuelo, se contemplaba en el espejo de sus aguas. "¡Qué hermoso soy!", se decía, ¡No hay nadie en el bosque con unos cuernos tan bellos!" Como todos los ciervos, tenía las piernas largas y ligeras, pero él solía decir que preferiría romperse una pierna antes de privarse de un solo vástago de su magnífica cornamenta.
            ¡Pobre ciervo, cuán equivocado estaba! Un día, mientras pastaba tranquilamente unos brotes tiernos, escuchó un disparo en la lejanía y ladridos pe perros...! ¡Sus enemigos! Sintió temor al saber que los perros son enemigos acérrimos de los ciervos, y difícilmente podría escapar de su persecución si habían olfateado ya su olor. ¡Tenía que escapar de inmediato y aprisa! De repente, sus cuernos se engancharon en una de las ramas más bajas. Intentó soltarse sacudiendo la cabeza, pero sus cuernos fueron aprisionados firmemente en la rama. Los perros estaban ahora muy cerca. Antes de que llegara su fin, el ciervo aún tuvo tiempo de pensar: "¡Que error cometí al pensar que mis cuernos eran lo más hermoso de mi físico, cuando en realidad lo más preciado era mis piernas que me hubiesen salvado, no mi cornamenta que me traicionó". 

       La ratita presumida
                 Erase una vez, una ratita que era muy presumida. Un día la ratita estaba barriendo su casita, cuando de repente en el suelo ve algo que brilla... una moneda de oro. La ratita la recogió del suelo y se puso a pensar qué se compraría con la moneda.
“Ya sé me compraré caramelos... ¡Uy no que me dolerán los dientes. Pues me comprare pasteles... ¡¡Uy no que me dolerá la barriguita! Ya lo sé me compraré un lacito de color rojo para mi rabito.”
         La ratita se guardó su moneda en el bolsillo y se fue al mercado. Una vez en el mercado le pidió al tendero un trozo de su mejor cinta roja. La compró y volvió a su casita. Al día siguiente cuando la ratita presumida se levantó se puso su lacito en la colita y salió al balcón de su casa. En eso que aparece un gallo y le dice:
“Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?”.
Y la ratita le respondió: “No sé, no sé, ¿tú por las noches qué ruido haces?”
Y el gallo le dice: “quiquiriquí”. “Ay no, contigo no me casaré que no me gusta el ruido que haces”.
Se fue el gallo y apareció un perro. “Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?”. Y la ratita le dijo:
“No sé, no sé, ¿tú por las noches qué ruido haces?”. “Guau, guau”. “Ay no, contigo no me casaré que ese ruido me asusta”.
Se fue el perro y apareció un cerdo. “Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?”.
Y la ratita le dijo: “No sé, no sé, ¿y tú por las noches qué ruido haces?”. “Oink, oink”. “Ay no, contigo no me casaré que ese ruido es muy ordinario”.
El cerdo desaparece por donde vino y llega un gato blanco, y le dice a la ratita: “Ratita, ratita tú que eres tan bonita ¿te quieres casar conmigo?”. Y la ratita le dijo: “No sé, no sé, ¿y tú qué ruido haces por las noches?”. Y el gatito con voz suave y dulce le dice: “Miau, miau”. “Ay sí contigo me casaré que tu voz es muy dulce.”
    Y así se casaron la ratita presumida y el gato blanco de dulce voz. Los dos juntos fueron felices y comieron perdices y colorín colorado este cuento se ha acabado.
FIN

A correr
Cuentan que cierto día, estaban en el bosque un caballo y su pequeño hijo, ambos gustaban de correr sin rumbo fijo, solo por el placer de sentir el cálido aire sobre sus cabezas.
Padre e hijo disfrutaban mucho de estas carreras  y realmente existía una comunicación constante entre ellos.
Una mañana, salieron como era su costumbre a correr, estaban muy felices porque era un día espléndido, cuando de repente el pequeño caballo tropezó y cayó rodando, su padre se detuvo de inmediato volviendo sobre sus pasos para ver que le había sucedido a su pequeño hijo.
Se acerco a él para averiguar si se encontraba bien, y el pequeño no lograba levantarse, muy asustado le dijo a su padre: “Siento que no podré volverme a levantar, me siento muy lastimado de una pata.”
- Hijo, debes levantarte, acaso ¿Te has roto algo?- Padre, le dijo el caballito, creo que no me he roto nada, sin embargo, un caballo nunca se cae y cuando lo hace, le resulta sumamente difícil levantarse.
- Hijo, estás equivocado, algunos animales como nosotros caen, pero vuelven a levantarse y tú te levantarás, porque tú no tienes nada roto, tu voluntad hará que te levantes  y vuelvas a correr como siempre lo has hecho, no permitirás que tu mente te haga tomar una decisión equivocada, creyendo que porque has caído no podrás levantarte, además, yo te ayudaré a hacerlo, porque yo  también precisaré de tu ayuda, cuando caiga y necesite levantarme igualmente.
- Pero padre, ¿cómo podría yo ayudarte a levantar si soy tan pequeño?
- Hijo no se necesita fuerza física para dar esa clase de ayuda, solo se requiere  un gran amor, esa es la clase de ayuda que necesitamos, sentirnos apoyados por nuestros seres más queridos, y yo te amo mucho y por esa razón te digo que te levantes, porque todavía tenemos muchos caminos que recorrer juntos.
Y nuestro pequeño caballito, se levantó, se sacudió el polvo, empezó a caminar junto a su amado padre y pronto empezaron a correr como era su costumbre.
Caerse no es lo importante, lo importante es levantarse cuantas veces sea necesario.

Agua del pozo
    Había una vez una vez un hombre de noble cuna , que después de atravesar el desierto llego a un poblado lleno de árboles y huertos y lo primero que encontró fue un pozo , sediento como estaba se acerco para saciar su sed , pero el agua estaba tan profunda , que era inaccesible y nada de su alrededor podía facilitarle el alcanzar el agua , por ello decidió sentarse junto al pozo a esperar que algo pasara y mejorara su suerte.
            Al poco rato, se aproximo una mujer con una jarra asentada en su cadera y una cuerda en la mano. Al verle allí sentado, con una sonrisa le saludó. - " La paz  sea contigo" y él le respondió.-" Así sea "Y la mujer sin decir nada, deslizo de sus manos la cuerda dentro del pozo y atada en un extremo la jarra, que hizo descender lentamente y con cuidado luego se oyó el chapoteo de la jarra al hundirse en el agua , entonces la mujer alargando el brazo , removió la cuerda para que se llenara el recipiente y empezó a tirar de ella hacia arriba con fuerza y cuidado.
            Mientras el hombre sentado al lado del pozo le contaba , lo mucho que había viajado y que había conocido todo tipo de pozos .La mujer de cuando en cuando se lo miraba sin dejar de sonreír...y tiraba y tiraba de la larga cuerda subiendo la jarra .
Yo he conocido pozos mucho más grandes que este y he probado aguas salobres y otras más dulces y parece mentira la gama de sabores que pueda tener el agua...El hombre comentaba. Ella le dirigía alguna mirada asintiendo sus palabras...al final haciendo un último esfuerzo la mujer cogió por un asa la jarra, la descanso sobre el borde del pozo y recogió la cuerda, agarro la jarra mojada se la planto al costado y dirigiendo una mirada al hombre le dijo.-" Pues muy bien, buen día tenga usted…" y se marcho.
El hombre de alta cuna y señorío, sin moverse de donde estaba, vio como se alejaba la mujer y abatido se dispuso a esperar que el destino y la suerte le proporcionara la manera de poder beber un poco de agua de aquel pozo...            
Fin


Leyenda andina

            Cuenta la leyenda que hace muchos, muchísimos años, el heredero del trono del Imperio Inca, se debatía entre la vida y la muerte, siendo víctima de una extraña y misteriosa enfermedad. Las curas, rezos y recursos de los hechiceros nada lograban y desesperaban por no poder devolverle la salud.
            El pueblo amaba intensa y entrañablemente al Príncipe de los Incas. Invocaba a sus Dioses y realizaba sacrificios en su honor.
            Fueron convocados los más grandes sabios del reino, quienes afirmaron que sólo podría sanarlo el maravilloso poder del agua de una vertiente, ubicada en una lejana comarca.
             Partieron en numerosa caravana, vencieron infinidad de dificultades, marcharon durante meses en que veían agotadas sus fuerzas, y un día se detuvieron ante una profunda quebrada, en cuyo fondo corrían las aguas de un tempestuoso río.
             Enfrente, en el lado opuesto, se observaba el codiciado manantial, pero... ¿cómo hacer para llegar a ese inaccesible lugar?
             Meditaron durante mucho tiempo, tratando de buscar una forma de llegar hasta las milagrosas aguas, pero todo era en vano.
            Cuando ya la desesperación los dominaba: aconteció un hecho extraordinario: de pronto se oscureció el cielo, tembló el piso granítico y vieron caer, desde las altas cimas, enormes moles de piedra que producían un estrépito aterrador.
             Pasado el estruendo, y más calmado el ánimo, los indígenas divisaron asombrados, un puente que les permitía llegar sin dificultad hasta la fuente maravillosa. Transportaron hacia ella al Príncipe, quien bebió de sus aguas y pronto recuperó la salud.
          La omnipotencia del Dios Inti, el Sol, y de Mama-Quilla, la Luna, habían realizado el milagro.
Así surgió ese arco monumental de piedra, que recibió el nombre de “Puente del Inca”, que se levanta custodiado por el Aconcagua, rodeado por la imponente belleza de los Andes.